domingo, 21 de diciembre de 2008

(( Ideas no comunes, sobre cosas comunes ))

En las islas Salomón, en el sur del Pacífico, algunos lugareños practican una forma única de talar árboles. si un árbol es emasiado grande para ser talado con un hacha, los nativos lo hacen caer a gritos. Leñadores con poderes especiales se suben a un árbol exactamente al amanecer y, de pronto, le gritan con toda la fuerza de sus pulmones. Lo hacen durante 30 días. El árbol muere y se derrumba. La teoría es que los gritos matan el espiritu del árbol. Según los lugareños, siempre da resultado.

¡ay, esos pobres ingebuos e inocentes! ¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarles a los árboles, nada menos. ¡Qué primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna y de la mentalidad científica.

¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Inssulto al teléfono y a la máquina de cortar pasto. Les grito a la televisión, al periódico y a mis hijos. Se dice incluso que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces.

el vecino le grita mucho a su auto. Este verano lo oí insultar a una escalera de tijera durante toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, les gritamos al tráfico,a los árbitros , a las facturas, a los Bancos y a las máquinas..., sobre todo a las máquinas. Las maquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos.

Yo no sé para que sirve. Las maquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darles patadas ayuda, aveces. En cuanto a las personas, bueno, quiza los isleños de salomón tengan razón. Gritar a las cosas vivientes tiende a matar el espiritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras ROMPEN NUESTROS CORAZONES...





......................................................................................de Robert Fulg

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